(foto Andino Digital)
Si
pasábamos este domingo podríamos jugar la final del zonal con los de Pampero de
Guatraché. Linda perspectiva, ser reconocidos en la Liga del Sur y acaso estrenar
casacas nuevas. Pero falta mucho para eso. Ahora estamos enfrentando a los de Sporting
Hucal. No parecen muy habilidosos pero tienen empeño y son fuertes. De eso se
encarga la viuda de Bencich: tenerlos
bien alimentados y contentos con la
promesa vaga de alguna extra en la quincena. Nosotros hicimos la campaña con
mucha garra y por eso llegamos hasta aquí, algo inquietos e ilusionados. Enrique
probaba su cábala una y otra vez. Escupía hacia el centro del eucalipto de la
entrada e iba repitiendo los disparos. Si lograba dibujar una “E” mayúscula era de buen augurio. Oscar,
en cuclillas, sostenía la cabeza con las
dos manos en tanto estudiaba el precalentamiento de los rivales. Julio
se esforzaba por meter el tiento de la pelota entre el encordado
porque, aseguraba, cada vez que cabeceaba el maldito tiento le marcaba la
frente. Francisco estaba ensimismado, en un rincón, como siempre. No había demasiada
onda con él por su retraimiento. Por eso
y algo más: salía con Griselda, la chica de nuestros sueños. La piba más linda
del pueblo y la estrella del barrio “Las
Catorce Provincias”. Su casita era una de las más alejadas pero no conozco a
nadie que en algún momento de su vida no se haya aventurado entre el tamariscal, desafiando
los perros de don Samuel, sólo
por una mirada de sus ojos oscuros.
Por ahí andaban mis pensamientos cuando el
Negro Ludueña tocó el silbato y los de Hucal se vinieron como si supieran. Hubo
un primer tiempo para el olvido y un segundo de hacha y tiza. Casi al borde del
complemento el ruso Ivanoff nos metió
un gol como para la tapa del Gráfico. Menos mal que ahí estaba Francisco
que primero le hizo un caño al ruso y
luego la colocó en el ángulo conquistando el empate que nos llevaba a los
penales y, quién sabe, a las diagonales de Guatraché.
No es
un misterio para nadie que los más
inútiles van al arco. Yo soy uno de ellos. Tengo la única camiseta de Unión
Deportiva que aun mantiene su intenso color verde. Me la estiro por enésima vez
por si acaso se hiciera más ancha para tapar el inmenso arco. Estaba en eso
cuando se arrimó Francisco hasta ponerse a mi lado. El Negro ya había ubicado la pelota en el punto del
último penal. Francisco me puso la mano en el hombro y preguntó:
-¿Tenés miedo?
Contesté
avergonzado con un leve cabeceo.
--Tomá dijo
extendiendo su mano derecha.
-Qué es- pregunté con
cierta inquietud. .
Se acercó y susurró
media docena de palabras al oído .Sentí
que mis mejillas enrojecían.
Hubo una interpelación trunca suspendida en el aire y
una respuesta anticipada.
-¿No te lo imaginás?
Lo miré boquiabierto
-Dale. A mi me dio suerte.
Refrené el impulso inicial de retraer los dedos y, tras
una breve vacilación, se los ofrecí cara
arriba con premura. Francisco, labios
apretados y mirada concentrada, comenzó a restregar sus yemas contra mis palmas con disposición y energía.
Pensé… Bueno, no les puedo contar lo que pensé.
Hay emociones que tornan, a la razón,
analfabeta.
Cuando el grandote
de Hucal propinó su feroz guadañazo mi
cuerpo se arqueó y los brazos se alzaron como si quisieran tocar el cielo. Los
ojos bien abiertos. Las manos, tan extendidas,
que hasta podrían atrapar al sol.
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