domingo, 7 de septiembre de 2014

La muerte obscena



En la penumbra amarilla de una casa de inquilinatos la mujer  tapa las hendijas. Lo hace lenta y cuidadosamente, como si fuera dueña de todo el tiempo del mundo. Luego, raspa sus manos contra las mejillas y cuenta sus arrugas. Una a una, hasta llegar a la  final.
            En el país de los olvidos el rey es el silencio.
            La reina es una noche sin estrellas que bebe sombras en el altar de los sedientos. Danza. Con gesto pródigo regala un niño a un umbral desnudo y lo bendice con dos gotitas de cólera. Ejecuta una coreografía voluptuosa y final. Gira y gira hasta dominar al viento. Vuela. Vomita tormentas en las rondas de los ancianos.
Ellos están allí, dando vueltas y vueltas, como madres, en la plaza de los miércoles.
Rondas... vueltas y más vueltas.
Círculos, hasta llegar al séptimo.
Piden pan con ademán de niños. Piden pan mientras  un altavoz anuncia que los últimos quedarán.
     Lejos, en la desmesura del monte bajo que queda poco más allá de Carro Quemado el anciano busca un claro alfombrado de pasto punta. Inclina su cabeza contra la corteza rugosa de un caldén y se deja caer hasta quedar sentado. Cierra los ojos y aparecen las imágenes sepias de toda su vida, cuadro por cuadro, vuelta por vuelta. Cuando concluye con la ceremonia del recuerdo alza la vista y se detiene en el vuelo de las águilas que parten hacia la luz. Musita una oración de despedida... De nadie, porque en las últimas vueltas se ha quedado solo. La soledad, ya se sabe, es una compañera colmada de tristezas.

     Una fina y extraña llovizna comienza a caer y las gotas, escasas como lágrimas de viejo, forman lagunitas en el cuenco de sus manos que han quedado hacia arriba, como reclamando al cielo.
(del libro Viejos, tras un retazo del olvido)

ELOGIO DE LA LUCHA

  Unas palabras iniciales para el libro de Federico Martocci y Pablo Volking, "La HuelgaAgraria de 1919", primera ediciójn de La T...