domingo, 18 de mayo de 2014

El adiós


El capitán extiende el brazo. El utensilio inicia su recorrido terminal hacia el enfermo que imagina las mejillas de Lupe luminosas de marzo. La niña de Chuquisaca se sobrepone como una trasparencia con la tez curtida de este capitán de apellido imposible que baja los párpados incómodo. El barco prosigue su derrota y la penumbra deja vislumbrar una advertencia ominosa en ese brazo que se acerca. El marino de los entorchados se estremece de pronto  por una revelación que vuelve todo inútil: en ese cuerpo desvalido germina, implacable, la promesa ominosa de la palingenesia. Lupe quita el pelo de sus ojos para ver a través del mar.  Un relámpago fugaz   ilumina los recuerdos, buscándola. Uno a uno a, por todas las rugosidades de América. Recorre los socavones de Potosí y las quebradas de Tilcara; la crispada soledad de las galeradas y las cicatrices de las rastrilladas que el llano desplaza hacia el oeste. Rastrea entre los gritos paceños que el viento reverbera y en las endechas del miserere de Cabeza de Tigre. Busca. En tanto el recipiente portando antiguas razones prosigue su viaje hacia los cuarteados labios del hombre postrado que, mirando más allá de su vida, busca. Hasta encontrarla.


La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...