Se observan, se miden, guardan
silencio y comparten vino negro con circunspección, en una ceremonia secreta de
la que son miembros privilegiados. Cruzan las miradas y dos estrellas titilan
en el aire, dos quetrales, dos ascuas
ardiendo en una invocación a los
espectros de la luz y de la noche que
los reúne. Una multitud los rodea y en la subyugada contemplación del niño que completa la escena
se resume todo el reconocimiento que
ambos generan .Son, y se saben,
plebeyos. Antes hubo una presentación y
dos abrazos: uno por el encuentro y otro para honrar los afectos comunes. Ariel
Petroccelli, desde las distancias, bendice la junta y se ensimisma en una
canción de amanecidas. Sobran las palabras y escasea el vino. Todavía falta mucho para la dilatada
noche aciaga que a uno le hará cambiar
su nombre por el de Casimiro Cobos para huir de la muerte y sobrevivir en el canto. Al otro
el silenciamiento de sus trovas por
herejes, libres , Por u su inclaudicable
procedencia de sur y viento . Los años
sesenta se escurren con morosidad y las guitarras se instalan en el corazón de
esta región de arenas. Más tarde, cuando la noche avance y se embriague en los
fogones delClub Belgrano uno entonará,
como nunca, El Antigal y otro musitará un agradecimiento quedo y
estremecido ratificando, por si hiciera
falta, que la poesía es el pájaro y el
canto sus alas.
JCP
(foto Eduardo Pérez)