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Si la conducta y el discurso de un hombre
dejaban de ser políticos, se volvían idiotas: egocéntricos, indiferentes a las
necesidades de su prójimo, inconsecuentes en sí mismos". Christopher Berry en su libro "La idea
de una comunidad democrática".
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Fermín, nuestro primer
nieto, cuando apenas podía alzar la mochila para ingresar a segundo grado, aseguraba,
sin titubeos, que Sid es “un nene de porquería".
El recuerdo aflora a
destiempo, cuando ya estaba avanzado el borrador de un pensamiento sobre los extraños,
inexplicables- comportamientos de una porción de la sociedad que se reputa como mayoritaria.
No lo es, porque las
estadísticas son jactanciosas y parciales, estimuladas por la ideología de sus precursores.
Sid es Sid Phillips, el
idiota, niño vecino de Andy en la creación de Toy Story. Es conocido por su
comportamiento sádico hacia los juguetes, a los que desmembra y transforma en
criaturas grotescas, solo por diversión.
Como si no bastare para
los creadores de Disney el niño que destruye juguetes, tiene por mascota un
perro al que le adjudican las mismas patologías. Menos mal que todos sabemos
que los Bull Terrier son animalitos tan deliciosos como faltos de malicia.
A manera de exorcismo
buscamos en los estantes de la biblioteca un paradigma para contrarrestar. Un
ejemplo reparador para contar a Iana, la última nieta, a la hora de ir a dormir.
Lo encontramos, algo
ajado y polvoriento. Es "El Idiota", de Fiódor Dostoyevski, que desanda
la historia del príncipe Myshkin, un hombre considerado "idiota" por
su bondad y falta de ambición en el mundo corrupto de San Petersburgo. Él se ve
envuelto en un complicado triángulo amoroso con Nastasya Filippovna, una mujer
atormentada, y Aglaia Epanchina, quien lo ama románticamente. La novela explora
temas como la inocencia, la corrupción, la naturaleza humana, la fe y el
sufrimiento, a través de las interacciones de Myshkin con varios personajes y
sus luchas internas.
Dostoyevski analiza la
dualidad del ser humano, mostrando alternativamente su capacidad para la bondad
como para la maldad.
Es el tema central en la
novela, con Nastasya Filippovna como su encarnación y la frase "la belleza
salvará al mundo" resonando a lo largo de la historia.
¿Cuál es el mensaje de la
obra El idiota?
El idiota confía en
dominar y trascender la inherente miseria de su condición humana.
Muy a nuestro pesar, contrariando búsquedas de
nuevas lecturas recomendables, verificamos en otros volúmenes del mismo nivel, que
los idiotas abundan.
Por ahí desfilan Jean-Paul Sartre con
"Elogio de la estupidez y otros textos sobre idiotas", y Thomas
Erikson con "Rodeados de idiotas". Además, Juan Luis Cebrián
explorando el concepto en su libro "Caos. El poder de los
idiotas".
Se trata de un apasionante
ensayo que aborda el desbarajuste en el que se encuentra el mundo, debido a los
cambios tecnológicos, geopolíticos, económicos y las nuevas formas de
convivencia de nuestro tiempo.
Según el autor la desaparición del antiguo orden
mundial que emergió en los años cuarenta ha dado apertura a un nuevo e
imprevisible desorden. En cualquier lugar de la Tierra abundan las protestas
contra el imperio establecido.
Su lectura no deja espacios
jubilosos. Menos mal que en la otra repisa habitan por esas rimas del cosmos,
Dostoievski junto a Gramsci y otros salvavidas. Desde su eterna celda el
maestro italiano se demora en la tipificación cerca de los idiotas (ni siquiera
sobre la estupidez que, aunque distintos, suelen tener las mismas implicaciones
éticas).
Repasamos sus páginas que
nos esclarecen con una reflexión en tanto orígenes y consecuencias de la idiotez. Argumenta, el autor de “Odio a los indiferentes”, que la
clase dominante mantiene su poder no solo por la fuerza, sino también a través
de la hegemonía cultural. Este predominio implica el control de las ideas y
valores que circulan en la comunidad. Puede llevar a que las personas
acepten pasivamente las estructuras de dominio existentes, incluso cuando contradigan
sus necesidades.
Aguijoneados por Gramsci nos vamos del brazo con el
filósofo y sociólogo alemán Theodor W. Adorno, que sostiene que este tipo de patología
no es simplemente una falta de
inteligencia, sino una cicatriz que surge de la represión y el terror.
Y dice más, de cómo esta interrupción deja marcas
profundas en el individuo y en la sociedad. Su reflexión, escrita en 1969, acaso
nos socorra para entender las dinámicas de la opresión y la resistencia
Nos hace falta esta asistencia. Sin ir más lejos porque
este texto de contingencia, en coautoría con una biblioteca que se resiste a
envejecer y un servidor de internet cada vez más concurrido, surgió ante una
visión que inquieta, nos deja perplejos, nos desafía:
Vemos, en los noticieros, un sujeto extravagante,
babeante de odio que maltrata a los desamparados impostando la voz, fingiéndose
ventrílocuo. Digamos. Mientras lo hace zamarrea histéricamente a un muñeco en su
falda en tanto desgrana, como una marioneta pueril, una monótona cantinela, tan
perversa como escatológica.
La escena, rematada por un coro de adulones
festejando.
Idiotas, en el estado más alto de pureza.
Idiotas, doblemente idiotas, en su maligna
teatralización de la crueldad.
Resulta arduo describirlos. Quizás, en este aprieto, nos auxilie aquel
axioma de Fermincito acuñado hace más de dos décadas.