miércoles, 6 de noviembre de 2024

Florita

 



Los altavoces del predio del Club Pampero de Guatraché filtraban las albricias de la tarde estival y realzaban las trovas criollas de Saúl Huenchul. Décimas  subrayando las habilidades paisanas en esa jornada de destrezas.

Por la noche el tono del payador se sosegaría seduciendo a los asistentes de la vieja casa de Cultura con unos versos alejandrinos que nuestra memoria aun contiene.

Saúl echó atrás el ala de su sombrero en un implícito homenaje al Bardino y completó la articulación con un saludo mudo a un amigo entre el público.

Guillermo Herzel encumbró su brazo respondiendo, pero interrumpió la cortesía porque en ese momento descubrió a Florita refugiada en las protecciones de la fronda.

Mientras caminaba hacia ella Guillermo lucubraba acerca de  lo contento que se pondría Juan Carlos Bustriazo Ortiz cuando le comunicara sobre esa presencia.

Resulta ocioso presentar a Juan Carlos. Conoció a Florita en la pensión “Dos Picos”, esa que está a pasos de las vías. Ambos se cruzaban en los pasillos saludándose con circunspección e intercambiaban  consideraciones mundanas en el almacén  de Dayup.  Desde ese instante él se sintió profundamente atraído, no obstante  jamás se atrevió a confesarle esos sentimientos. Ni siquiera en los bailes donde la belleza de la joven iluminaba los galpones y el bandoneón de Godo tornaba  propicia la  relación. Pero Juan no bailaba.

Ella abanicaba  sus pestañas y él sentía la brisa.¡ Ni qué hablar de los fulgores de sus ojos claros abrasando su corazón!

Guillermo avanzó  hasta  nosotros y  en su semblante se acentuaba el júbilo. Sin preámbulos tocó el hombro del poeta para notificar que  Florita quería saludarlo. Mirta y Raquel palmearon  sus espaldas con entusiasmo y voces de aliento. Tan emocionadas y felices como  él que ahora se dilataba  en la hilera de eucaliptus desandando cuarenta años de ausencia.

Hubo un apretón de manos y dos sonrisas.

Huenchul dejaba  constancias  del singular tranco  pasuco de un tordillo que despertaba  las delicias de entendidos y profanos.

Espectadores de un momento único, e irrepetible, no quedó  pincelada alguna que fuera indiferente.

Florita perseveraba  esbelta y hermosa, igual que lucía  en la fotografía que un profesional  del oficio, tal vez Juan José Gozza, tomara en su juventud. Hasta su cabello, prodigio del Koleston, permanecía inalterable. Sus mejillas, cual  piel de una manzana madura, delataban el tiempo transcurrido pero, contrariando  sus designios, acentuaban  su encanto.

Se movían y las hojas crujientes ejecutaban una sinfonía  a cielo abierto. Él se atrevió a liberarla  de una ramita imperceptible  de sus hebras  y ella sacudió una ilusoria   brizna del pecho   del camisaco pardo que esa misma mañana Mirta había planchado con esmero.

Florita, recostada contra el tronco del árbol plegó su  pierna para forjar un cuatro perfecto. Juan agitó los brazos, tal cual si volara.

Parecían pájaros.

Acaso lo fueran.

Florita, Florentina Pukemeier hoy se prorroga en la evocación de su sobrina Silvia.

Juan, en  la nuestra.

Luego, cuando las copas de los árboles promovían sombras alargadas, en estos dominios de la Rubia Espesura, sobrevino  un abrazo moroso y un adiós al que le sobraron palabras.

Ya se me apaga la copla,
brasita violeta del atardecer.
El aroma de la tierra,
ramito de ensueño, se vuelve mujer…”

 Cuando retornó del encuentro, radiante, blandiendo una sonrisa de campeonato,  Milodón,Flamenco B ustriz,   Búho Nictálope, Linyera trashumante,  se abstuvo de exponer pormenores  superfluos.

Salvo la  médula  de un diálogo tan mínimo como esta historia  que exhumamos de nuestros recuerdos, por si acaso el olvido:

-Sabe Florita que yo estaba enamorado de  usted.

Un  concierto carmesí inauguró  una  comparsa en sus pómulos

-¿Quiere que le diga una cosa Juan?, yo sentía lo mismo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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