DECIR SI
(“De eso no sabe el enemigo…”)
Ahí están, los negadores, dulcificando el genocidio. Tesoreros de la muerte, de
contabilidades chuecas que rapiñan una cifra con la intención de que sus balances no arrojen pérdidas.
¿Pérdidas? sabemos
de ellas
Basta una, tan solo una, para exponer el espanto,
cuantificarlo. Ellos están al corriente y lo niegan porque el ocultamiento de la
verdad es imperio de salvedad y
justificación.
Tierra fértil patrocinando tonificados latrocinios.
Saben y lo ocultan. Los treinta mil no fueron el
objetivo, instituyeron el requisito para implementar la destrucción de la soberanía en todos sus
campos.
El ideario de la negación es mucho más sinuoso de lo que exhibe el desafuero de la cordura o
la vociferación de exterminios o motosierras .Tapaderas distractivas. Tras estas exteriorizaciones se encubre el
sutil y obscuro andamiaje del paradigma de la esclavitud. Ilusos
aquellos que, al no creerse concernidos por alguna bravata, que la identidad no les
importe, la dignidad no los perturbe o la defensa de la condición humana les
resulte indiferente, concluyan que emergerán indemnes. Todos, absolutamente
indivisos, serán afectados por este
arquetipo que replica un nuevo proceso de reorganización nacional.
¿Alguien conoce
la lista –exceptuados los patrones
del poder- de los que se han salvado solos?
Nos la presentan como nueva, es una inspiración decimonónica. Rejuvenecida
cíclicamente, ahora travestida de
democracia, en convenciones comiciales. De manera que se les vuelve imperioso ocultarlo tras la privación
de lo obvio: destruir el símbolo, la memoria, el producto de la
lucha, los consensos éticos de
una sociedad que resistió y persiste.
Ellos, apologistas del relato, vomitan su cantinela en foros propiciadores del silencio y el olvido.
Espacios que, por postración, complicidad, labilidad ideológica, oportunismo, etc, conceden
y amplifican el discurso reduccionista de
los ocho mil. Piensan, los nuevos
bárbaros de la escena nacional, que esa teneduría absuelve y hace
más buenos a los criminales.
Escribas patibularios que propugnan la existencia y
legitimidad de un totalitarismo en democracia.
Prédicas que conciben
-a los exégetas de un renovado procedimiento
de entrega, hambre y sumisión - como
adversarios antes que enemigos.
Proxenetas de la política, no acuden a la Argentina para engrandecerla sino con la
intención de abusar de ella.
Al fascismo no se
lo tolera, se lo combate.
¿Con qué ábaco numeraron a los niñes?
Hemos sostenido
que con una víctima alcanza a mensurar
el inventario del horror que se quiere
adulterar.
Repasemos, acaso
bastare consignar a la niña o niño en gestación de Ana María Gutiérrez, la
pampeana nacida en Villa Mirasol ,
secuestrada y desaparecida, junto a su compañero, en noviembre de 1976.
Y si este ejemplo no fuere suficiente para desautorizar a los falsarios,
digámosles e que su arqueo no tuvo en cuenta a las hijas de Lucía Tartaglia o de María de las Mercedes Gómez . Ni a Elena ( la hija de Maria Abinet y Miguel Gallinari , asesinados), también alumbrada en las profundidades de una mazmorra del régimen.
Ni qué hablar de José Luis Estigarría, el adolescente nacido en General Pico, que engrosa la lista de los más de
trescientos estudiantes secundarios eliminados por el terrorismo de Estado.
¿Hubo quién registrara
a Pablito, de 14 años , ultimado junto a su madre, Irma Beatriz Márquez Sayago? Pablo Antonio
Míguez, ¡presente! Hijo del corazón de otro pampeano asesinado, Jorge Antonio Capello,
nativo de Jacinto Aráuz.
Tal vez a a los Villaruel, Milei, Avruj, Biondini, Lombardi, Lopérfido
… se les refresque la memoria -no ya la conciencia- si atinan a pasar por la ribera que enfrenta a
la ciudad universitaria donde sorprende
y estremece la escultura de una criatura acariciada por la correntada del Río
de La Plata. Tremendo testimonio realizado
por la escultora Claudia Fonte.
Pablo y los
pájaros, le dan la espalda a la costanera brumosa. Urbanizan
una instantánea que en estos días
se prorroga en la tapa del último y necesario disco de León Gieco.
“El
hombrecito del mar”, ese sepulcro caudaloso de los vuelos.
Ignoramos
qué nos proporcionará el destino en estas semanas venideras.
Nadie puede
presagiar el porvenir de un sufragio.
Tan solo
prevalece una certeza, que proviene de la sabiduría de nuestros eternos
luchadores de la historia. Tácito desenlace
de un magisterio plebeyo que vence al
tiempo y se dilata en las puebladas. Un precepto que se condensa en cinco palabras: la urna es
la calle.
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