Santa Rosa.foto Archivo Hilda París |
Al sur de los baldíos
un año se desahucia
se siente como ausencia,
una línea sangrada,
o esa hoja de otoño
que se hereda en el alma
Ahí está la tarde, el viento
un remolino tejiendo en las esquinas
y nosotros, los pibes, en la
calle,
peinada por rachas extraviadas,
buscando una piedrita
azul,
tal vez rojiza,
o algún talismán cobrizo
con forma de moneda.
La siesta iguala diferencias
y el fuego de los hornos
acaricia el campito con cenizas,
pincela los techos pasto puna
hasta volverlos grises,
tal cual como sentimos
las distancias.
Desde este Sur que digo
y hasta este centro, tan distante,
brota un
rumor milonga en las orillas
un temple extraño bendecido o
endiablado
un reclamo, una
copla lisonjera
dedicada al Bustriazo fugitivo
que presiente
a su amor,
entre la niebla.
En la plaza una fuente y un retoño,
un ángel entumecido de saliva salada.
La estela de una niña en los
labios de todos,
sufragando su pecado de amor al forastero.
En los textos la dicen,
desesperada.
¡Ay
, si ella hubiera sido Rubiatango
para
que le cantara algún trovero!
Acaso ya es domingo y en la villa asoman
humitos de fogones,
olor a pan tostado,
los pliegues del mantel semejan
ríos
caudal mate cocido, jarro de lata
y a veces, si los duendes, la
sorpresa,
maravilla en la mesa de los
ranchos
una barquita entre la arruga de
hule oscuro,
singladura de leche y mermelada.
La aldea deja de ser doncella,
procura valideces y se asfalta.
Tal vez Piquito encienda su altavoz
anunciando que el Marconi, se engalana
porque allí viene sonriendo un tal Gardel
a la Garbo, que espera, enamorada.
Después…
la vuelta del perro los domingos,
el
Cholito custodiando las equinas,
un
chasirete jugando a la escondida,
y
esa foto de un amor que se ha velado.
El viento se cuela en las
hendijas
y hace temblar la copa de los
tilos
trayendo un mar de arena a los
zaguanes,
a la galería, la que lleva al patio.
o hasta el rezongo vecinal que se
dilata
por los tendales
donde vuela un pájaro.
Aquí no hay tregua para las escobas
ni tiempo suficiente para armar defensas
(¡Cubriendo los flancos de una
puerta
con la sabiduría del papel
mojado!)
porque ya la jornada se deshoja
rubor de Oeste, color grana
prologando a la luna en sus asensos
o a su
perfil chapoteando en la laguna.
Aquel fogón acuna miserere triste
en los brazos de diáspora y
salitre.
los que vienen no miran hacia atrás
se han borrado las huellas del regreso.
Y también porque Bustriazo
ya se ha ido
corcel alado, brújula en mano
en busca de un misterio y de la Rosa
algún embrujo, el puente de los puelches,
-el cauce sediento de ese río-
en el que amanecen las
calandrias.
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