IMÁGENES PAGANAS
La historia está insinuando
su vuelco más pronunciado y es probable
que tardemos en advertirlo. Ni las diez plagas de Egipto, las pestes del
medioevo, los estragos del ébola, la viruela…, fueron tan veloces, tan voraces,
tan amenazantes por sus proyecciones más que por las consecuencias inmediatas.
Este giro cambia el eje e
inaugura un ciclo incierto que acaso los cubanos, tal vez los chinos, puedan
sojuzgar. Y esto convierte a la pandemia en una doble metáfora.
Estados Unidos pasó de hacer la
plancha a limitar sus vuelos aéreos. Los más suspicaces, a menudo adherentes de
las teorías conspirativas, deslizan que Tump resultará víctima de sus propias políticas. El efecto boomerang, que
le dicen. China e Irán no lo deslizan,
lo sostienen sin barbijos: EEUU
introdujo el virus en Wuhan sin pensar que hasta el Boeing más arcaico
puede devolverlo a su origen en menos de doce horas.
¡Ni siquiera está Rosenfeld para
vendernos Tamiflú!
El coronavirus predice una
cuarentena a los dueños del capitalismo, -léase buitres del capital financiero-
y pronostica una pandemia de quebrantos
y debacles en el sistema productivo internacional para el cual, a estas horas, no hay antídoto.
Los gestos defensivos, sanitarios
y políticos, se inclinan por las
articulaciones más severas. Toques de queda, tabicamientos sectoriales,
disgregación social, paralización de actividades comunitarias…
¿Será el fin de los neutrales, de
la jactancia de la duda?
En teoría, la puesta en práctica de estos dispositivos, beneficiará en
el largo plazo a las gestualidades mas autoritarias, los regímenes más duros,
las posiciones más insolidarias y sectarias. En fin, el sustento de la praxis
capitalista.
Pero las tareas tutelares del corto plazo la debilitarán. Un
escenario que podría presentarse como propicio para cualquier pensamiento libertario,
si no fuera por la circunstancia de que el contexto asimismo se lleva puesto
sus exteriorizaciones.
Veamos en nuestra casa: si el
coronavirus conspira contra las
concentraciones en la plaza Italia y sofoca el tañer de rotas cadenas en las grandes alamedas, el
régimen de Piñera sobrellevará su momento histórico más aciago.
Lo mismo en Colombia, alzada en el heroico ejemplo de Eleicer Gaitán. O en
las callejuelas del Alto, esos reservorios de lucha y dignidad que desvelan los
sueños imperiales de Añez.
¿Y en Argentina este solar de lágrimas? Gracias al Dios de la
ubicuidad que esta coyuntura nos
encuentra sin el regenedor del sarampión, exterminador de la investigación científica,
el apóstol de la distopía en su trono de reposera. Como decían nuestros maestros:
si siembras semillas de naranjos no tendrás la mínina certidumbre del porvenir
de esta acción. De una cosa podrás estar seguro: de allí no germinarán zapallos.
Por si no bastare, anida otra certeza. Las crisis obedecen a la lógica
de las crecidas: los afectados resultan siempre los que viven más abajo.
Mujeres y hombres de este país,
ya han iniciado sus ejercitaciones más sublimes tras el objetivo de que la memoria nos conduzca a una comarca de esperanza y vida. Descubren, al borde de la efemérides, que en
los desvelos al enfrentar al virus no solo un escollo sino también un
contrincante.
El coronavirus instala el desafío
de inaugurar nuevos escenarios, modificar viejos métodos de aprendizaje y análisis, intentar
mecanismos originales para cimentar la cofradía, fraguar la nueva lucha.
La calle, que hasta hace unas
horas era el centro de todas nuestras expectaciones debe ser, más temprano que
tarde, heredada por la imaginación.
El nuevo azote se prefigura con una corona y el porvenir solventará si quien
la luce será un rey o los plebeyos.
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