jueves, 8 de noviembre de 2018

Un miserere por la parda

Maria Remedios del Valle

mujeres
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Imprecisiones de la historia consagran la primera injusticia. Nació en 1766 o 1767 y murió, según el mismo rigor documental, a la edad de 78 a 81 años, entre el 28 de octubre y 8 de noviembre.
María Remedios del Valle Rosas, su nombre atraviesa las tinieblas de la memoria en estos días en que la crónica cotidiana relata incertidumbres locales y hemisféricas y aflora por doquier un pregón segregacionista en ascenso difícil de torcer.
Acaso conociera por vez primera a quienes residían en las antípodas de estas lucubraciones pichettas. Moreno, Belgrano o Castelli, (el primero recién llegado de Sucre) en las decisorias jornadas de resistencia a la segunda invasión inglesa en estas costas. Todavía no lo sabía, pero ya entonces era una de las mujeres fundantes de la patria.
Un lacónico parte de guerra la ubica en los Corrales de Miserere, junto al Batallón de Castas en que militaba su marido, resguardando los pertrechos, arcabuceando, aliviando heridas.
Más tarde, junto a su esposo y dos hijas se enlistó como enfermera en el Ejército del Norte. Huaquí, Ayohuma. Éxodo y derrotas fraguaron su temple que no pudo ser doblegado por nueve días de azotes con que el invasor la castigó por su rebeldía . Su piel fue América y la espalda el mapa de sus ríos indomables.
Fue en la pampa de Ayohuma donde se consolidó el mito. Ella y sus niñas, tres muchachas sorteando atascaderos, entre las trincheras, para salvar vidas, ofrecer consuelos, cavar las tumbas.
Niñas de Ayohuma abriendo surcos, penetrando laboriosamente en los manuales escolares, gestando postulaciones para futuras emancipaciones color verde.
Nadie sabe cómo pudo retornar a Buenos Aires, mientras la estela de su leyenda flameaba testaruda en las estribaciones de Potosí, en las riberas escarlatas del Desaguadero.
Llegó sola con sus desgarros, acarreando tres laceraciones espirituales en su corazón, compelida a desandar el nuevo siglo guerreando contra la indigencia y el olvido. ¡ Pobre parda!, tan triste, tan desguarnecida, acosada por ese designio ominoso heredado de Vilcapugio.
Viamonte la reconoció, lustros más tarde, conviviendo con la soledad en las inmediaciones de la Plaza de la Victoria.
Mendiga de las calles. Recolectora de las sobras en las trastiendas de la Recova, fue convertida en Madre de la Patria por un edicto remiso, una mitigación desvaída por el tiempo, que a duras penas pugna contra las impiedades de la desmemoria.
Valga, en estas efemérides inciertas, menguadas por el Reino de la Vorágine, para la enfermera parda del bueno de Belgrano, señora capitana de mil batallas, esta elegía.
MARÍA DE AYOHUMA
María de los Remedios
quién lo diría
tu sombra crece en los llanos
de la porfía
Cuando la historia cante
sobre tu vida
no quedarán cantores
que no la digan.
María Remedios, parda
con tus dos niñas
Venciste en Tucumán
pampas de ira.
María de Valle Rosas
en Ayohuma
arde la patria mestiza
pura bravura.
Cuando la historia cuente
de las batallas
tendrá que sumar también
tus cicatrices
La Niña de Ayohuma
tan silenciada
Le sobran los honores
en las ranchadas.
Nueve días de azotes
por tu bravura
¿podrá el olvido acallar
La desmesura?
Muchacha del Valle, triste
fue tu destino
leudan por ti estas coplas
de contraolvido.

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