AlfredoZitarrosa |
La primera vez que estuvo en
estos pagos fue a través de una cinta de carretel abierto que alguien consiguió
en Bolivia y la trajo a escondidas, por si acaso. Ya había dejado de ser Alfredo Iribarne y su estela se extendía como una mancha de aceite por las desmesuras de América,
casi antes que por los llanos del “paisito”.
Siempre a cielo y a corazón
abierto.
Inefable, único.
Mezcla rara de Goyeneche y Atahualpa se presentó de nuevo aquí, donde la arena se
dilata, arropado en las memorias del exilio que amigos pródigos cobijaban en el
interior de las guitarras. Cartas, fotos y casetes para que estuviéramos con él en los fogones
de Villa del Busto, en las fulguraciones
del Camaruco, en los hogares de los Sombras, nada más.
Retornó luego en las armonizadas cancillerías de Oscar Perna, Naldo, Caito o
de Nahuel.
Más tarde irrumpieron los ochenta y en su solar y el nuestro amanecieron
nuevos aires. Albricias de los pueblos que marchan.
Uno de aquellos veranos inaugurales estrechamos sus manos y
fuimos bendecidos por un abrazo que aun sigue vivo en las costillas.
Vino por amigos, por
canciones, por historias, en una celebración de uvas y fraternidades.
Lo atrajo la huella
de una milonga baya. Un rastro que se
maceró en una noche de obstinaciones bardinas y la ofrenda de un piche al
rescoldo que quedó trunco.
Parece que fue ayer.
Precedido por un cortejo de añoranzas descendió
del escenario del Club Español labrando en cada peldaño un
compromiso por la vuelta.
Alzó vuelo.
Lo vieron por Chile
y por Perú, en un tapiz de México, en el interior de un socavón del cerro Rico.
Parecía, y tal vez lo era, como el Che de Constantini.
Siempre anduvo de Frente.
Cuando la noche se
aposentó por estas soledades toco la puerta
un lunes luminoso deslizándose, desde un
encordado celeste, hasta fundar una proclama: ¡nunca me iré, yo soy de aquí..!
Calzó su saco negro,
corrigió un mechón refractario a la gomina, musitó una oración furtiva a una redoma azul y se internó
en la espesura, como si nada.
Anduvo por el cosmos
en un itinerario sin fronteras ni tiempo.
Señor de lejanías se
prorrogó en la noche del recuerdo para
no morir, para vencer, como el Cid, aferrado a una guitarra negra templada en
sol mayor.
Y ahora, después de
tanta espera, cumple con su promesa.
Gracias compañeros del sur por propiciar este regreso.
mayo 2016