martes, 17 de mayo de 2016

Vino desde el pie

AlfredoZitarrosa


La primera vez que estuvo en estos pagos fue a través de una cinta de carretel abierto que alguien consiguió en Bolivia y la trajo a escondidas, por si acaso. Ya había dejado de ser Alfredo Iribarne y su estela se extendía como una mancha de  aceite por las desmesuras  de América,  casi antes que por los llanos del “paisito”.
Siempre a cielo y a corazón abierto.
Inefable, único. Mezcla rara de Goyeneche y Atahualpa se presentó de nuevo aquí, donde la arena se dilata, arropado en las memorias del exilio que amigos pródigos cobijaban en el interior de las guitarras. Cartas, fotos y casetes  para que estuviéramos con él en los fogones de  Villa del Busto, en las fulguraciones  del Camaruco, en los hogares   de los Sombras, nada más.
Retornó  luego en las armonizadas  cancillerías de Oscar Perna, Naldo, Caito o de Nahuel.
Más tarde  irrumpieron  los ochenta y en su solar y el nuestro amanecieron nuevos aires. Albricias de los pueblos que marchan.
Uno de aquellos  veranos inaugurales estrechamos sus manos y fuimos bendecidos por un abrazo que aun sigue vivo en las costillas.
Vino por amigos, por canciones, por historias, en una celebración de uvas  y fraternidades.
Lo atrajo la huella de una milonga baya. Un  rastro que se maceró en una noche de obstinaciones bardinas y la ofrenda de un piche al rescoldo que quedó trunco.
Parece que fue ayer. Precedido por un cortejo de añoranzas descendió  del escenario del Club Español labrando en cada peldaño un compromiso   por la vuelta.
Alzó vuelo.
Lo vieron por Chile y por Perú, en un tapiz de México, en el interior de un socavón del cerro Rico. Parecía, y tal vez lo era, como el Che de Constantini.
Siempre  anduvo  de Frente.
Cuando la noche se aposentó por estas soledades toco la puerta  un lunes luminoso deslizándose, desde un  encordado celeste, hasta fundar una proclama: ¡nunca me iré, yo soy  de aquí..!
Calzó su saco negro, corrigió un mechón refractario a la gomina, musitó  una oración  furtiva a una redoma azul y  se internó   en la espesura, como si nada.
Anduvo por el cosmos en un itinerario sin fronteras ni tiempo.
Señor de lejanías se prorrogó  en la noche del recuerdo para no morir, para vencer, como el Cid, aferrado a una guitarra negra templada en sol mayor.
Y ahora, después de tanta espera, cumple con su promesa.
 Gracias compañeros  del sur por propiciar  este regreso.


mayo 2016

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