La memoria es un tatuaje del alma. Se lleva en la conciencia y obedece a sus dictados. Indeleble, eterno, nos dice quiénes fuimos y revela lo que somos. Testimonio para presentir destinos y decidir qué haremos
domingo, 20 de diciembre de 2015
Poesía
La pampa se dilata en el poema. El perfil crepuscular de los jinetes inventa fantasmagorías en el horizonte y sus siluetas parecen brotar en el llano como estalagmitas pardas que el resplandor adelgaza y prolonga hacia el oeste. Los versos crecen y entusiasman mientras un trote pasuco repica hacia el amor o el desaliento... Cabalgan, se internan en la desmesura del viento o el jornal. Allá van, despacio y sin premuras porque este es un territorio para viajar sin prisas, para querer de a poco. Es gente de este y otros pagos, paisanos, desnudos de mayores alegrías, austeros en su andar como el paisaje que andan. Un triste fulgor empuja sus espaldas hasta el punto final que cierra la historia e inaugura razones para indagar destinos o tal vez, simplemente, para repensarnos. Los jinetes avanzan hacia algún sitio, cierto remanso de la luz que algunos sospechan o quizás conozcan. Luego, se apean para desaparecer en el interior de la carpeta que Edgar Morisoli cierra despaciosamente ante un auditorio que se crispa y sacude. El poeta despliega una amplia mirada por encima de sus lentes y queda callado.
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