sábado, 20 de diciembre de 2014

El sudor del miedo



-Feromona, ¿sabe lo que es la feromona? - no espera respuesta, investiga por unos segundos a su escucha por sobre el borde de los anteojos de medio cristal y el silencio incierto que recibe como respuesta le arranca un imperceptible tic que a Salvo se le antoja de desprecio -. Feromona, reténgalo, que alguna vez le puede ser útil.
El hombre se inclina sobre el delgado estante en donde decenas de almácigos de diversas variedades de orquídeas aguardan su atención cotidiana. El interior del invernadero mantiene una humedad pegajosa y el cronista reprime por segunda vez la intención de aflojar el nudo de la corbata. Se siente incómodo y en desventaja ante el individuo que habla sin desviar apenas la atención de sus flores, como si todo lo demás, incluso la charla fuese secundaria.
-Nunca sentí ese término.
-Es el sudor del miedo.
-¿Cómo?.
El hombre toma un rociador de una repisa superior y la agita ante los ojos del visitante.
-Aquí ¿ve?. Lo utilizamos contra las hormigas.
-No entiendo.
-Es bien simple: colocamos en un frasco un puñado de hormigas vivas y a continuación, muy Despaciosamente, inundamos el recipiente con agua caliente hasta llenarlo. Las hormigas se desesperan y van segregando lo que constituye su reacción natural ante la inminencia de la muerte. Esta es la feromona, con ella rociamos todos los senderos y ¿sabe una cosa?.
-No.
-En donde diseminamos ese líquido no aparecen las hormigas. Es una especie de cartel de advertencia, de mensaje al futuro ¡cuidado, que aquí se esparció la muerte!. Interesante ¿no?.
-Gobernador... ¿me está queriendo decir algo?.
-No, solamente le estoy dando una lección que puede servirle en el futuro.
-No cultivo plantas.
-Pero puede tener miedo.

fragmento del capítulo 24de "Ay Masallé")

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