La primera visión al descender del transporte disipó el deslumbramiento de los Uros y amortiguó el soroche que agobiaba nuestras noches. El cartel de Tiwanaku emergía como un mojón y anticipo de embelesos promisorios.
Una semana atrás el poeta Edgar Morisoli, tras entregarnos su libro, nos confesaba la ilusión de que ese texto fuera cobijado en aquel solar.
Habíamos llegado en un micro de dos plantas pretensioso y engrupido, al igual que buena parte del pasaje. Las calificaciones” grasa militante”, “zurdos”, “eyegua” y “populismo” escurrían, apagadas e insultantes, desde la planta superior.
La posmodernidad recicla el idioma sin mucha imaginación.
Pronto nos convertimos “en los de abajo” Mirta, Raquel, Guillermo, y dos parejas providenciales cuya fraternidad se extiende hasta hoy: Julia y Alberto, Chony y Horacio, los uruguayos que contaban los días que faltaban hasta ir a votar por el Frente Amplio.
El libro de Edgar que el Guiye acunó durante todo el trayecto era El Mito en Armas. Atravesó Humahuaca, serpenteó en el Paso de Jama, ascendió al Morro de Arica, hizo una pausa en Tacna, deslumbró en Arequipa y agotó su lectura una prometedora noche de Cusco, el ombligo del mundo. Describe los pormenores de esa insurrección plebeya, aguerrida, amalgamada en un sueño anticipatorio, conque se aguardaba - el 21 de marzo de 1812- la llegada de Castelli que los conduciría a la victoria.
Ignoraban, los insurgentes, que en esos momentos el Cicerón de la revolución balbuceaba un exorcismo póstumo (“si ves al futuro dile que no venga”) lacerado por el cáncer, el odio de los canallas, las vacilaciones de los neutrales. Y ese dolor insondable en el centro de su pecho por el asesinato de su camarada, Moreno.
Esas lucubraciones despertaron apenas la leyenda Tiwanaku se desplegó ante nuestras retinas. Un año atrás de la rebelión de Huanuco Castelli pronunció en este lugar una proclama libertaria, en el primer aniversario de la Revolución de mayo que quedó grabada a fuego en la conciencia y el corazón de los lugareños.
“Amigos, compatriotas, hermanos, unámonos para constituir una sola familia”
Sus entonaciones se elevaron por sobre el portento de Kalasasaya, bifurcaron por la meseta del Collao y se filtraron, subrepticios, en los pasillos de un despacho de oro y roble hasta que enrojecieron las orejas del virrey Abascal.
Más allá, los templos, los monumentos, los misterios de los rostros facetados, los amplificadores de piedra que dilataron la voz del jacobino por las praderas, los valles, las estribaciones que conducen a la intimidad de esa región inasible en el que se inician las esculturas pukará.
Pero antes, mucho antes, los ojos del viajero se dilatan en las fantasmagorías que proyectan las sombras de la Puerta del Sol.
A esta altura y en estos tiempos de google se hace ocioso describirla. Pero aspiramos a que alguna línea constituya una buena incitación predestinada a adentrarse en los detalles de este portal monolítico en piedra andesita que en el pasado formó parte de otra estructura mayor, posiblemente ligada a Kalasasaya o Akapana.
El Guiye llegó con su tesoro en brazos hasta la enorme arcada en que resalta el alto relieve denominado "Señor de los báculos", presidiendo el conjunto del calendario solar. Su acción llamó la atención del resto del pasaje y los ocasionales turistas que con cierta morosidad comenzaron a acercarse.
El delegado cultural de Tiwanaku recibió en una afonía, acongojada, el ejemplar que quedaba en custodia del museo del sitio e invitó al visitante a explicar el cometido del obsequio.
El vozarrón del Guiye detuvo los pasos en la grava y el cortejo de los cóndores. Expresó su procedencia y objetivo y se introdujo en el interior del poemario reviviendo las circunstancias de América; aquel proyecto sugestivo de vida en común que proponía Castelli a esa fragua de libertad que encontraba, en sus palabras, un sentido y un destino.
Dijo más, una línea enfática con la que penetrar en la conciencia de quienes lo escuchaban. Un desafío, una idea sublime para los vilipendiados de América, el trazo de una huella para que el viento no borre el rastro hacia Huanuco.
Sus palabras fueron recogidas con emoción y reconocimiento. Cuando culminó, esa intervención, que las arbitrariedades del tiempo son incapaces de medir, no hubo aplausos. Se registró la presencia de un silencio regocijado por la esperanza, acaso por la evidencia de que es posible la forja de un porvenir común, por el prólogo de un abrazo colectivo.
El delegado de Cultura, con el Mito en sus manos volvió a agradecer sin reparar que un filamento salino nublaba sus ojos.
Hace algo más de cuatro años, nuestros rostros iluminados por un fogón junto al hilito de agua del arroyito Corti, nos comprometimos a regresar a Tiwanaku. Acaso la Negrita fuera de la partida. Pero el puto destino metió su rabo para impedirlo.
De todos modos lo haremos, peregrinos de la obcecación, apelando a ese prodigioso recurso, reparador, precursor de enseñanzas e ideas nuevas; ese aliviador de penas y disparador de esperanzas emancipadoras que algunos llaman, tal vez por simple economía del lenguaje, memoria.