Lo conocimos en el mediodía de los setenta. Compartíamos la aflicción
por Tlatelolco y una creciente admiración por los efluvios del mayo francés y la
revolución china.
A su juicio
manteníamos cinco diferencias que impedían un vínculo más activo y orgánico. Esas
contradicciones, náufragas y ahogadas en
el mar del olvido, estaban impregnadas de impericia y cierto infantilismo de
izquierda que acaso, hemos logrado superar.
Nos llevaba
una ventaja. Él se había codeado con el Ché
-en todo el sentido de la expresión - mientras que nosotros lo contemplábamos
en el poster del comedor.
Por entonces
era el Vasco con “V” corta y no sospechábamos que aquellas cinco piezas de
debate yermo se convertirían en una coincidencia de vida y amistad que se prolongaría
por casi medio siglo. La poesía ayudó
mucho como también la tristeza por la muerte
de un tal Basilio Kancheff y la mancomunión con la figura de aquel relojero anarquista que
nos vigorizó en la épica, en el abrazo a la poesía, en la necesidad de
alimentar la utopía a toda costa.
Cuando la V
corta maduró para mutar en B larga también
creció la prosa, su visión del mundo, la fraternidad.
A fuer de
verdad digamos que la APE fue propiciadora de armonías y encuentros. Pero en
nuestra memoria perduran como insustituibles aquellas jornadas en que cubría
los turnos en la farmacia de la avenida
Belgrano y las redomas eran testigos de afanosos planes para cambiar al mundo tan
sólo pertrechados con un soneto.
Una vez, en
tiempos en que las puertas cerraban sin llave, descubrimos un mensaje reposando en la mesa diaria que
decía “por dónde andan, los extraño”.
Esta tarde, cuando Paulita nos dijo lo que ahora todos saben, comenzamos
a buscarlo tratando de evitar una impiadosa
lágrima peregrina. Un exiguo papel que todavía no localizamos. Quizás habite en el interior del libro que ilustró Raquel,
jugando a las escondidas entre las carpetas, o en aquel sobre que trajera
noticias del Guiye contrariando la
lógica del tiempo. Un atadito de saludos y poemas que el propio Basko, junto a Pocha,
nos entregara como el milagro de una botella al mar.
Mañana
iremos a sancionar que aquellos cinco enfoques encontrados nunca fueron
obstáculo para el abrazo y que… “Viva la liverta”, carajo.
Tal vez, a
eso de las once, en medio de la despedida, un ángel euskaldun deposite sobre la madera un mínimo mensaje que exprese lo mismo que aquel otro que quedara boyando en nuestro
mantel.
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