(A Pamela Díaz y Juana Bustriazo)
En el bolsillo, la piedra sonajera,
el cuenco curador de almas del vino,
una pluma, esa etiqueta, la linterna…
En la espalda, los dichos del linyera.
Ocasiones lo veo, puente abajo,
donde yace una memoria dolorida ,
cofre obsidiana y en la otra mano
una ramita de jume prisionera.
Sombras mahuidas tocan su hombro,
tras cruzar el picadero a paso lento,
sancionando el desahucio de la tarde
por los meandros del cauce ceniciento
Acaso pregonara una calandria:
“ la siesta de los puelches ha terminado”,
albricias que anticipan el fogón,
la cofradía y el vino alucinado
Musita una elegía al final del puente,
ese abrazo en las orillas del despojo.
En la costra del lecho se presiente
el espectro de un sueño confiscado
¡Es Penca Juan!, Bustriz el que regresa
en busca de la Rosa y añoranzas ,
de lisonjas paganas , de redomas
que se inmolan al final de la jornada.
Ella lo espera arrebujada con el poncho
cuyos rubores arrendan las mejillas,
y ese rocío que crece en sus pupilas,
como la niebla puelche, leuda en poesía.
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EN LOS FLECOS DEL PONCHO DE ARCOIRIS
PENDE UNA ESQUELA DE AMOR, DESENFRENADO
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