El Cristo de Mantegna yace.
Ojos fibrilados por una matriz de odio,
con una chispa
creciente de recelo.
lo contemplan.
los amanuenses del tiempo
dicen que murió.
Pero todos saben que no es cierto.
Ahí está, como el Che de contantini,
engendrando revueltas,
impulsando rebeldías,
ahuyentando la muerte.
Porque no mueren los Cristos
de la gente
que la gente
revive cada vez que el
sinsonte
anuncia un nuevo sol.
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