El Negro Pumilla es huérfano de padres desde muy niño. Fue criado entre internados y potreros y se ha hecho grande en andurriales donde no penetran los neutrales. Cada tanto, deslumbra a los niños en los domingos de Bernasconi haciendo malabares inimaginables con el balero, acertando a blancos imposibles con la gomera o confeccionando minúsculas tarasquitas que vuelan tan alto que apenas pueden verse. En ocasiones los chicos presentan quejas ante su esposa: no vamos a jugar más con el Alfredo, lloriquean, siempre nos gana a la arrimada y con su ojito puntero nos quiebra todas las bolitas. Él escucha y calla. No encuentra palabras o no sabe explicar de otro modo que los aprendizajes en la vida son platos que se comen calientes.
(del libro: "Viejos, tras un retazo del olvido")
No hay comentarios:
Publicar un comentario