El viento abofetea la pradera.
Ráfagas poderosas castigan los surcos hasta desfigurarlos. La erosión afila sus
colmillos.
El hombre que lastima sus ojos frente a
esta sublevación de la naturaleza no ve arena. Ese manto sinuoso que se
desenrolla caprichosamente entre las lomadas, ese torrente que fluctúa y pone faldas a los flamantes alambrados, que
construye una simetría ondulante que
gratifica la imaginación y acrecienta el
disgusto de los dioses, no es arena.
¿Acaso ese muchacho que juega con las
palabras, que pretende de las palabras
un oficio, ese muchacho, digo, que responde al nombre de Ricardo Nervi, se
atreverá algún día a describir, a explicar, qué es esta marea desenfrenada,
este atolondramiento de los sentidos,
esta promesa flagelada, a la que muchos - probablemente por costumbre u ocio -
se empeñan en describir de una sola manera?
(capitulo 20 del Hombre del Potemkin)