LA LECCION DE LA CALLE
Ahí los vemos, festivos, tenaces,
decididos, con sus mochilas multicolores armando un arcoíris que se funden en el blanco. Tal cual habitan en nuestras reminiscencias aquellos delantales de
la niñez. O acaso, como los pañuelos de las rondas.
Se arrullan, cantan, agitan sus
alas, parecen pájaros. Tal vez lo sean.
Inundan el centro pero proceden
de los barrios, de las orillas de las villas, de esos costados impiadosos en
que los ubica la soberbia, la misma que sostiene que ningún pobre llega a la
universidad.
Y ahí los tenemos, chicas, chicos, chiques galvanizados en un
común denominador: una representación
del porvenir que se fragua en las aulas y se ejerce en la
vida.
Hacían falta. “Nos” hacían falta.
Para constatarlos, para alterar la
inercia, tal como se hicieran evidentes en la Reforma o en el empedrado del Barrio Clínicas.
Y no están solos, en este otoño que germina en las conciencias. Se abrazan en la marcha, codo a codo, paso a paso, con sus
padres, sus vecinos, los abuelos que destierran -al influjo de esta cofradía
de amaneceres - la amenaza de un futuro desahuciado.
Las voces se amalgaman en una proclama en defensa
de la educación pública. Resonancias que se elevan hasta alcanzar una estructura que se grita y
se ejerce.
No cabe otra, porque en las
sombras de la entrega, en los pasillos de lo privado, en las opacidades de mil edictos tramposos, afilan sus fauces
los proxenetas de la política. Tipos que solo quieren a la patria para
entregarla a sus depredadores.
Así que, a medida que las
formaciones engrosan y las pancartas se encumbran en las térmicas de abril,
también se filtra la certidumbre de que hay algo más ominoso que la promesa de
un vaucher o un presupuesto negado.
Por ese sendero rumbea, insomne, el espectro del Ángel de la Historia. Emerge, desafiando la
penumbra , alzando una voz de alerta, rescatando en el recuerdo aquella melodía
que deriva desde lejos, desde tan
lejos.
“Aserrin aserrán
los maderos de San Juan
piden pan, no le dan,
piden queso, le dan un hueso.
Y le cortan el pescuezo.”
Las imágenes no valen más que mil palabras, esa elaboración
maniquea tal vez pernocte en los sueños de un economista de la escuela
austríaca. Pero es bien cierto que cada uno de estos registros gráficos es
capaz de generar mil palabras. Basta en detenerse en aquel rostro crispado, en
la pedagogía de un cartel ingenioso, en la densidad de las columnas que ganan
la avenida y esas
otras calles que se dilatan en los pensamientos.
…Repásemos: los contrafuertes
señeros del Conintes, el clamor de los cauces sedientos, salineros, la nacionalización, la longitud de la memoria, el silencio vociferado en mayo
del sesenta y nueve…
…En las obstinaciones de los pibes del setenta y dos.
Y así…
Los que descansen la
mirada en esta muestra, quizás puedan paralizar por un instante la
contemplación y cerrar sus ojos. Con este procedimiento tal vez alcancen a percibir sus trasfondos: el crujido de las
hojas bajo las zapatillas, los cánticos
sublevados, el tenor de las arengas, la sinfonía de una sociedad que avanza.
El imperceptible roce
de las suelas hundiendo el asfalto. Ahí habita una lección que hacen comparecer
nuestros maestros; esa que sanciona que la educación pública es como el pavimento
fresco: cualquier cosa que se le apoye, deja su huella.
(fotografías de DAGNA FAIDUTTI)
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