PROTOCOLO
PARA LA DEFENSA
Lo
sostuvo el viejo Brecht, a modo de advertencia, en la alborada de la noche más oscura. Acaso recordando una rutina despiadada
de los dominadores a través de los
siglos.
Repasemos:
primero vinieron por los bienes espirituales, invadieron los templos,
destruyeron los códices, luego los
cantos y la lengua, más tarde la conversión
o la muerte.
A
continuación la construcción de una narrativa exculpatoria disimulando el saqueo , tras una prédica falaz que habla de épica y libertad.
Al final, se llevaron el oro.
La historia se repite, dos veces, evangelizó el otro viejo.
Desde el subsuelo del tiempo hasta ahora la cultura es el objeto maldito
de la historia. El blanco precursor de todo lo demás.
Aquí está la clave de la articulación que nos congrega
y hermana.
La manufactura de una estructura tutelar a fin de fundar defensas propiciando avanzadas.
Acaso no hagan falta arquitectos. Bastan
los ejemplos.
Habita aquí la razón de estas
presencias. Dos mujeres luchadoras, hermanadas en un origen y un destino común:
de las hachadas al canto y la poesía.
Teresa Pérez la Negra Alvarado; retratarlas resulta una
obviedad.
Corajudas, perseverantes,
representativas de la comarca que nos cobija.
Saben de la lucha pues es ella la que signó todas sus vidas.
Del desamparo, niñas, crecieron en obrajes
donde la felicidad es tan avara que volver a invocarla parece una blasfemia.
De la injusticia, porque fueron
espectadoras privilegiadas de la explotación del hombre.
Ni que hablar de la soledad, sus ojos hundidos en la inmensidad
de un horizonte inagotable.
De ellas aprendimos que el macho del
caldén es el más duro , que no es lo mismo mirar que ver y que es poesía el olor a pan horneado o tierra
mojada.
Una aprendió el mensaje que porta la
cruz del águila y otra descubrió la alegría en el sonido de una armónica , lejana, reverberando
al final de una melga impiadosa y feroz que no otorga
respiros.
Magisterios del monte espeso.
Ambas saben de los gozos simples e
imperecederos.
La que corporiza el tajo definitivo al último tronco del
día. Faena que preludia la inminencia del mate cocido de la noche en el fogón que alumbra
los rostros entrañables.
Y algo más, catequesis del bosque que comparece,
didáctica, en estos días tan inciertos. Una enseñanza, elemental y concluyente, que viene de la tierra y sus
hacheros: para frenar al fuego no hay como las picadas.
Resulta eficaz el modelo, Aprender de esta escuela
inagotable del caldenar. insistir en lo que mejor sabemos y entendemos.
Juntarnos, por ejemplo.
Cantar, decir, apelar a la Diuca Morisoli haciendo crecer el nuevo día. Resistir en la trova
y alzar los diapasones para no olvidar.
ni silenciar…
...ni ignorar.
Que ninguna persona es una isla y se
salva solo.
Tener presente que quizás ahora mismo haya un niño Tejada vagando por la calle. Un niñe, un
millón de ellos que irán a dormir con
la panza vacía.
Nos emplazamos aquí orientados a impugnar los costados más crueles de esta realidad,
persuadidos de la vigencia, la necesidad de una canción de cuna que nos cobije y proteja.
Convertir la memoria en una herramienta redentora de la
historia.
Para no desconocer que ya
hubo -en este territorio de desgajos- forajidos
que primero le robaron la guitarra al Tucho e hicieron lo mismo con la del
Fueguito. Igual al Sapito, ay…
Lagrimeó el Chiquito con la ausencia de
la suya y por ahí anda, apuñalado, el instrumento que se atesora en la casa del Pelusa. Llora Laurita con su
congoja a cuesta, por el pillaje del legado
de su padre…
Y sin embargo estamos aquí perseverando en el canto.
Nos faltan esos instrumentos pero sus vibraciones
persisten, tal cual este vocerío coral que hoy nos acompaña.
Ahí germina el desafío, perdurar en la
tarea apelando a las raíces en tanto construir cosas nuevas.
Por caso: ensambles lanzados al viento con la sexta en Re.
En fin: una proclama tenaz que se eleve
en las térmicas de esta primavera
Una huella de
ida, copla empecinada, a viva voz, labrando surcos hasta mojarle la oreja a este porvenir
tan arisco.
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